12 de julio de 2009

Síndrome la no indi-cada

**


Todo empezó con una llamada de ayuda para descargar unos datos de presidentes de una página de internet, yo como todo buen ofrecido, me decidí a ayudarle, pero como tenía mucha hambre, me largue tan solo le dije como hacerle, y dejé de hablarle por el momento y por mas de varios meses… En una de esas tantas purgas que doy de “amigos”. La purga consiste en, preguntar y/o saludar a todos, si contestan y me interesa, pues se quedan, sino, pues se borran y listo, es lo bueno de los amigos de Messenger.

Ella me hizo platica e irremediablemente me hizo platica del clima, cosa que como todos sabemos, quien habla del clima es que quiere hablar de otras cosas mas profundas y así fue como le conocí mas, después de eso vino la comunicación vía celular (mensajitos) y su voz la conocí al margen de la calle half-moon (punto para el que me diga la novela).

Pasaron muchas cosas, cambios de casa, de ciudad y de costumbres, la distancia física se alargaba y se acortaba con el paso de las estaciones, pero siempre nos mantenía unidos una pantalla en technicolor de 2 pulgadas, sabiendo que hacia que no hacia y que era lo que pasaba, parecía que todo iba bien, no era enamoramiento, era un tipo de amistad bastante rara y porque no, nueva para mi.

Hace dos años, como es por todos sabidos (y para los que no saben, pues ya lo saben) me vine a esta ciudad, la distancia kilométrica se acorto a tal grado que ya no media en centímetros, sino en horas (A veces la distancia se mide en horas también) y mi emoción, no por vivir una vida nueva, sino por conocerla, crecía inmensurablemente. Ahora no eran solo mensajes, o mejor dicho, ya no había mensajitos, sino llamadas de kilómetros (las llamadas al teléfono se miden en centímetros) de información y mas y mas nos conocíamos y ella a si misma.

La primera luna, esa luna de noviembre no solo trajo un frio insufrible, sino también la epifánica idea de ir a esa ciudad tan llena de curvas y altibajos, a conocerle y sin mas ni mas, cogí mi maleta roja, una bufanda recién adquirida en cierto concierto y me adentre en un mar de dudas y cuestionamientos que se fueron dispersando en ese asiento #7 junto al monaguillo que llevaba entre sus manos los 100 años de soledad, que curiosamente fueron regalados semanas antes por su onomástico numero 23.

Si la distancia se mide en horas, las llamadas en centímetros, los nervios que sentí al bajar esos 5 escalones se midieron en litros (por el sudor), por mi mente paso una eternidad de posibles encuentros. Ya la conocía físicamente, en “vivo”, no habría decepciones del tipo físico, pero había miedo en las del tipo actitud. A cada paso que daba al bajar esa pequeñísima y metáica escalinata mis dudas me inundaban el cerebro, hacían que mi sangre pulsara tan velozmente que si fuera escuchada con un estetoscopio, una locomotora le quedaría corta.

Baje, corrí al teléfono de monedas mas cercano, inserte una monedas de 5 pesos del año de 1998 y marque los 13 dígitos que identificaban su número persona celular (bueno, solo 10 son los numero que lo identifican los 3 primeros son solo de marcación local), y me contesto que iba en camino, que no desesperara.

Abrí la puerta de ese chevy blanco, abollado hasta en las abolladuras y me saludó con un “estas mas alto de lo que pensaba” y yo con un “bonita playera”, en si, no era bonita, era una playera del tipo que me desagrada, pero en ella me gustaba, pues combinaba con su ausencia de maquillaje y sus jeans deslavados y con esos tenis color, no recuerdo el color, no perdía el tiempo en detalles pues en el último escalón del camión pensé: “ya falta muy poco para regresarme, tengo que aprovechar el tiempo al máximo, no tengo que desperdiciar el tiempo en puerilidades”. El estéreo (que ella insistía en llamar radio) de su auto, tocaba ese remix de música que también había sido regalado en su onomástico numero 23 y que por supuesto no le gustaba en lo mas mínimo, pero como reto, tenía que escucharlo todo, solo se saltaba las canciones de ese tipo que no cantaba y solo platicaba en cada track.

23 minutos de fila y 35 minutos de comida le bastaron para darse cuenta de que mi camisa tenía una mancha de cloro, que mis zapatos no eran los más apropiados y que el betabel no es bueno para cuando uno se está riendo. Después de eso, recorrimos los caminos tortuosos de esos jardines llenos de payasos y gente que comía en un olor casi nauseabundo del mendigo que estaba rondando por ahí. Los hoteles que no me reservo, eran muy malos y al final me quede con el, dentro de los malísimos, el peorcito, pero que mas da, solo me gustaba para dormir, y que sabía de antemano que no dormiría siguiendo esos “pasos de López”. Esa pintura de Siqueiros me atormento y los gritos de los niños a las 3 de la mañana por las calles eran bastante escalofriantes, una noche bastante mala, diría yo.

Sus hermanas, sus papás y su hotel en una ciudad vecina fue lo que conocí al otro día a y también los tipos de telas que su hermana adquiría en esa “teleria”. Por consentimiento de su papá y a petición de ella, me quede a dormir en su hotel en la habitación número… No recuerdo el numero, no me fijaba en pequeñeces.

Mi regreso fue casi delirante, con el arrepentimiento de todo lo que no hice o no dije, pero sabía que tendría mas oportunidades y así fue, pues las llamadas se volvieron mas y mas duraderas, tanto que ahora se podían medir en años luz de distancia (los años luz es una medida real de distancia) y la relación entre ella, yo y nuestros teléfonos se volvió simbiótica.

Un año, un mes y 10 días pasaron para que volviera a verle cara a cara y aliento a aliento, esta vez sería diferente, el cine, la comida y la larga caminata por esos mismas calles que ya antes habíamos recorrido ahora llenas de vacas (que me desilusionaron, yo pensé que estarían mejor) no solo me dejo un cayo en el pie izquierdo, sino que también las ganas de conocerle aun mas.

Pero un año impar (el actual) nos traería la enemistad temporal en su primer mes, y el reconciliamiento a los pocos días de sucedido el incidente y meses después ella pisaría tierras más occidentales y ahí fue cuando se hizo luz y se hizo silencio. La ropa, que ahora compraba no para su novio sino para su hermana, la hacía lucir más bella de lo que podía imaginarme. Su risa, su nariz, sus platicas, todo ella era exquisito. Días después recibía la noticia de parte de una bandeja de mi correo malas noticias y después el ladrón que resulto ser dueño de algunas cosas de mi hábitat y por último, el golpe certero de que su ex se hacía nombrar su actual novio. 19 días y casi 500 noches y una roomie nueva, me hicieron darme cuenta de que, podíamos ser amigos, nada del otro mundo, nada que unos moduladores de señal pudieran evitar, solo por teléfono, nada del otro mundo, cuando tuviéramos ganas de hablar, hablaríamos, cuando quisiéramos contar nuestras cosas, las contaríamos y cosas así tan banales que valía la pena aceptar.

Así fue como la conocí, así fue como no he pagado toda esa infinidad de apuestas perdidas y cobrado todas aquellas ganadas, los planes de vernos y visitarnos siempre sufren un infructuoso cambio y como resultado, estamos en el mismo sitio, haciendo las mismas cosas rutinarias que nos vieron nacer como amigos, amigos ahora de celular, una amistad única y tan rara que vale la pena mencionar…

Me doy cuenta que nada de esto no hubiera pasado si no me hubiese ofrecido a ayudar, o si antes no me hubiera interesado por ese –casi– adictivo juego, o si le hubiera eliminado sin preguntar o si no hubiera respondido aquel primer mensaje o si hubiera decidido ser lo que soy actualmente.

**Dos pájaros de un tiro

No hay comentarios: